lunes, 15 de agosto de 2016

La historia de cómo Ricardo Palma participó en el Combate del 2 de mayo

Se enteró Palma de la infausta nueva plena actividad revolucionaria; el país se había levantado contra Pezet, protestando por el Tratado de Vivanco-Pareja, pactado con España, y uno de los principales jefes de la protesta armada era el prócer liberal, don José Gálvez. Palma sirvió a sus órdenes, consecuente con el antiguo caudillo y sus doctrinas. Triunfó la revolución, y asumió el poder, declarándose dictador, el coronel don Mariano Ignacio Prado, que contó, en su iniciación gubernamental, con uno de los mejores gabinetes de nuestra historia republicana. Gálvez, encargado del Ministerio de Guerra, nombró a Palma jefe de sección.


     La escuadra española bloqueaba el puerto y los defensores, ardorosos y resueltos, armaban baterías. La palabra reivindicación, empleada por un absurdo comisario regio, Salazar y Mazarredo, al ocupar las islas de Chincha, tuvo, como lógicamente había de suceder, consecuencias deplorables. La ambigua desautorización del gobierno español y las concesiones del peruano, repudiadas por la vehemencia del sentimiento nacional, con el que fraternizaron repúblicas vecinas, colocó frente a frente, en lucha estéril, a la secular monarquía y a las jóvenes democracias. El Perú fue el paladín.
En preparativos bélicos transcurrió el mes de abril; hacia el final, el 25 o 26, el ministró llamó a Palma a su despacho.
– Lo espero a usted esta tarde en mi casa -le dijo.
– Lleve los papeles del ministerio y su maleta de mano; nos vamos al Callao en el tren de cinco. Aquí, la política estorba. He decidido no regresar a Lima hasta que esto no concluya y lo necesito a usted a mi lado.
A la hora convenida llegó Palma a la residencia de don José Gálvez, en la calle de Plumereros. Sereno y cariñoso se despidió Gálvez de su mujer afligida, de sus hijos pequeños; no volvería a verlos.
En el Callao se trabajaba febrilmente; la presencia del ministro y su actividad organizadora aumentaban el entusiasmo y mantenían el orden. Así se llegó al 2 de mayo, día del combate. Gálvez lo dirigía desde la torre de la Merced.
Como once años cuando naufragó la fragata Mercedes, una providencial casualidad preservaba de la muerte a Ricardo Palma.
– A usted le toca trasmitir las noticias a Lima- dijo a Palma.- Vaya al telégrafo; también ahora está allí su puesto – concluyó, aludiendo el asalto a la casa de Castilla.
Salió el escritor de las baterías, encaminándose al centro de la población hacia el local del telégrafo; acababa de entrar en éste cuando el espantoso ruido de una explosión, acompañado de fuerte sacudimiento, estremeció a la ciudad; había estallado el polvorín de la torre de la Merced; allí pereció Gálvez. Como once años cuando naufragó la fragata Mercedes, una providencial casualidad preservaba de la muerte a Ricardo Palma.
Al caer la noche se retiró la armada española con los barcos averiados, pero ufanándose de haber bombardeado la plaza; no menos ufanos, los peruanos, proclamaban que de sus baterías partieron los últimos disparos. De combate tablas calificó Palma al del 2 de mayo de 1866. (RPPC, Ricardo Palma, 2014)



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